Ayer me enviaron un “desafortunado y mal intencionado” texto atribuido a François Fillon, primer ministro francés, en el que invitaba a los inmigrantes no franceses a “adaptarse” o a “irse libremente de Francia”.
François Fillon afirma en el texto: “Nuestra cultura se ha desarrollado en luchas convertidas en victorias por millones de hombres y mujeres en busca de la libertad”, una preciosa frase que me recordó a los eternos Asteríx y Obelis, galos, no francos, de profundas convicciones forjadas en la antigüedad por poderosas recetas espirituales. Incansables luchadores contra las legiones romanas que hablaban entre ellos una extraña lengua para los galos llamada latín, que hoy es la lengua materna del idioma que utilizan habitualmente los franceses, el francés.
El francés, hablado hoy por los antiguos francos, un pueblo originario de la vieja Renania, al otro lado del Rin, actual Alemania, que hablaban en aquel entonces el frank, era un pueblo franco, libre, no dominado por nadie y fue así, incluso para ser la primera tribu que se convirtió al cristianismo, entonces Francia obtuvo el título de “hija mayor de la Iglesia”. Hoy, su patrimonio cultural, desarrollado como afirma el propio François Fillon en luchas incansables en busca de la libertad les permite ser un estado laico y que tiene la libertad religiosa como derecho constitucional.
Sin embargo, no puedo evitar pensar que el cristianismo tiene su origen en el norte de África, continente originario de la mayoría de los inmigrantes no franceses a los que se refiere el primer ministro en su declaración. Profundo conservador, con su desafortunada carta, vuelva la espalda a la actual revolución de los ciudadanos de Túnez y Egipto que reclaman más libertades, la misma libertad que disfrutan hoy sus conciudadanos en Francia, en Europa y es que la cultura es así, está basada en eso, en compartir el conocimiento. La igualdad, la libertad, son valores de nuestro patrimonio, la humanidad.
Así que nadie utilice la inmigración como moneda de cambio, son personas, son seres humanos, son... nosotros mismos.
François Fillon afirma en el texto: “Nuestra cultura se ha desarrollado en luchas convertidas en victorias por millones de hombres y mujeres en busca de la libertad”, una preciosa frase que me recordó a los eternos Asteríx y Obelis, galos, no francos, de profundas convicciones forjadas en la antigüedad por poderosas recetas espirituales. Incansables luchadores contra las legiones romanas que hablaban entre ellos una extraña lengua para los galos llamada latín, que hoy es la lengua materna del idioma que utilizan habitualmente los franceses, el francés.
El francés, hablado hoy por los antiguos francos, un pueblo originario de la vieja Renania, al otro lado del Rin, actual Alemania, que hablaban en aquel entonces el frank, era un pueblo franco, libre, no dominado por nadie y fue así, incluso para ser la primera tribu que se convirtió al cristianismo, entonces Francia obtuvo el título de “hija mayor de la Iglesia”. Hoy, su patrimonio cultural, desarrollado como afirma el propio François Fillon en luchas incansables en busca de la libertad les permite ser un estado laico y que tiene la libertad religiosa como derecho constitucional.
Sin embargo, no puedo evitar pensar que el cristianismo tiene su origen en el norte de África, continente originario de la mayoría de los inmigrantes no franceses a los que se refiere el primer ministro en su declaración. Profundo conservador, con su desafortunada carta, vuelva la espalda a la actual revolución de los ciudadanos de Túnez y Egipto que reclaman más libertades, la misma libertad que disfrutan hoy sus conciudadanos en Francia, en Europa y es que la cultura es así, está basada en eso, en compartir el conocimiento. La igualdad, la libertad, son valores de nuestro patrimonio, la humanidad.
Así que nadie utilice la inmigración como moneda de cambio, son personas, son seres humanos, son... nosotros mismos.